lunes, agosto 29, 2011

Los ruidos después de la borrasca


Ayer, después del desenlace de Irene, me fui a caminar sin rumbo por los recovecos de mi esquina de Brooklyn. Un domingo y precisamente una hora antes del ocaso; mi día y hora predilectos. Y la tarde tenía el aspecto que toman las cosas luego de ser sacudidas. Un cielo desafiante con nubes color malva y calabaza advirtiendo la próxima llegada del otoño. Afuera, todavía el impulso de remanentes ventoleras. Para mi sorpresa, en el camino encontré más ruidos que fotografías. Por lo general, lo visual se apropia de mis sentidos transformando todo en una secuencia de imágenes instantáneas. Pero en esta ocasión, fue lo auditivo lo manifiesto. Un concierto de sonidos orgánicos y etéreos. Todo parecía tener signos vitales. Las intrépidas tapas de zafacones, las ramas de los árboles susurrando, las vibrantes ondas de un charco, el ligero movimiento de la malla ocultando un edificio en construcción, las realengas hojas por las aceras, una bolsa plástica aleteando en el aire, las conversaciones de todas las ventanas…

Y esta vez, sin resistir la fuerza de empuje, me entregué a sus corrientes.