lunes, octubre 31, 2011

Un poema en blanco y negro


foto encontrada a través de JUST_MONK3Y


Ruidos



Se desprende el eco de la mano
la mano del bolsillo
se nubla el cielo y las luces abren la ciudad.

Enciendo un cigarrillo. Lo llevo a la boca.
Observo los hilos de humo ascender como señales.

Parecía que hubieras pasado meses dentro del apartamento.
Ya la nieve comenzaba a derretirse y las cosas
a mostrar sus verdaderas formas.

Ahora las aceras eran un poco más amplias.
Los deshojados y grisáceos árboles exhibían algo del marrón,
y las desnudas ramas compartían su quietud
con palomas vigilantes.

Camino a prisa con los párpados
intentando cancelar los ruidos.
Las bocinas de los autos, los ladridos de algún perro,
las sirenas y las alarmas,
el vapor emanando de las alcantarillas.

Un viento frío metiéndose por debajo del abrigo
calando los huesos,
y la humedad del pavimento infiltrándose
por las finas suelas de las zapatillas rojas
te empujaron
por el pasillo
hacia la puerta semi abierta.
Los platos sucios en el fregadero,
las tazas-ceniceros sobre la mesa,
la pendencia del calefactor,
la ropa
en el piso.

El liviano aliento sabe salobre como agua de pluma
y no calma la sed.

Fuiste directo al cuarto sin ventanas
y te paraste frente al colchón.
El dolor te convirtió en figura que se encorva.

Él dormía boca abajo,
rostro hundido en la almohada pulverizando
la resonancia de tu mano.
Hacía viento adentro.
Tu cuerpo inmóvil, como decir
jaula abierta o crucigrama incompleto.

Pero te acompañaban las vocecitas
que se apropian de las manos en los bolsillos.

¿Callarán a los opresores ruidos que se trasmutan?
¿Se escaparan las pecas de su espalda?

Tu garganta es el puente.
Te haces fragmentos fónicos
que hinchan de luz el cuarto silente.

En esta hora no puedo evitar sentir el acecho
de miradas lacerantes apuntándome
con el dedo índice de las turbias preguntas,
atravesando las pupilas,
por encima de los hombros y detrás de las costillas.

Debí haberme quedado en casa.

Se asoma un atisbo de límite en los riñones.
Todos nos miran como si supieran algo de mi; algo de ti.
Un algo que está al margen del destape.

Entre ellos se vociferan gestos
y les revelan el diagnosis a los otros,
quienes al enterarse nos ofrecen medias sonrisas
de lástima epidémica. De esas que se les regalan a los niños
que están por digerir malas noticias.

La mente atiborrada del murmullo de cientos de pensamientos
flotando en la cabeza. Me cubro
los oídos con la capucha del abrigo
para no escucharlos y continúo avanzando
con la mirada fija en el duro cemento,

dejándome guiar por los movimientos de otros pares de pies.
Procuro ignorarlos ocupando la mente en la cuenta de mis pasos. 
Ocho, nueve, diez.               Diez,
                                                                nueve,
                  ocho,
                  siete.
¿Para qué vivir en una ciudad tan grande
si no te puedes hacer invisible?

Ellos siguen allí. Los veo por el rabo del ojo,
arrejuntados a nuestro alrededor
y no dejan de mirarme.

Cuando no aguanto más
la presencia de las acechantes miradas, intento
buscar callejones alternos por los que no pase nadie.
Pero en cada esquina que se desdobla
encuentro las mismas caras,
las caras de ellos encuentran las caras de los otros,
las caras de los otros y de las de ellos te encuentran,
las caras de nosotras se encuentran.

Eres el miedo que se transforma en puñal de amenaza
y desconoces la mezquindad de los hados.

Hirvió la alcoba en tu cabeza.
Viste a la mujer indolente tendida a su lado.
Te sientas sobre las pieles tan pálidas
como la caída de un cielo de marzo.

Dejas los párpados sobre las sábanas
y apagas el cigarrillo en el taza-cenicero.

Corro, corres, corremos
y llevas los puños cerrados para esconder
el olor a sangre atrapado en el pelo.

Soy la anástrofe entre tu rostro y mi cara.

De pronto me percato que ya por algún rato
he estado caminando en dirección contraria.
Podría jurar que ciertos edificios han cambiado de bloque
o desaparecido, incluso.
Es como si las calles se hubieran acostumbrado
a la ausencia de mi peso sobre ellas.

Todavía sin ubicar en dónde me encuentro,
hacia el primer taxi me lanzo con el biombo encendido.